Historia de la noche en que, por infortunado accidente del destino, me tocó oficiar de mudo testigo del accionar de aquel enamorado que le escribía graffittis a su amada, omnisciente, pero que se hacía la otaria...
Pobre Angel, aunque éste no sea necesariamente su nombre... ni condición, debió beber las mil esencias de una luna de Enero antes de tomar aquella osada decisión, la de...tropezar...si, tropezar es una buena forma de decírtelo. Por qué?. bueno, sentate que te cuento...
Curiosa, caminaba la dama en cuestión aquella noche en la que un servidor corría esquivando buenos augurios por la Calle de los Pájaros de la Suerte, en fin, quiso la diosa fortuna que mi camino fuese a desembocar justo al bar de la esquina de la casa de la curiosa de marras, allí donde los jóvenes de apresuradas diestras eluden en sus niponas cabalgaduras los desafortunados puntazos de antiguos malevos en pena. La joven, por supuesto, dada nuestra diferencia de velocidad resultó, al menos en esta oportunidad agridulce... rápidamente rezagada, por lo que no será en esta historia más que la tácita responsable del suceso aquel que, recordarás, he sido apenas testigo. Seguidme.
Ya situados geográficamente, porque con los datos que te he dado cualquiera lo hace, y sin más preámbulos me internaré en los tortuosos meandros de éste laberinto de vergüenzas cara a cara...
Angel (llamémoslo así), yacía boca abajo sosteniendo su cabeza con las manos a ambos lados de su cara y observando, extasiado, su aún inconclusa obra... conjuro onírico con ansias de realidad... y desde mi lado de la calle (como cuando uno ve una partida de ajedrez desde afuera), promesa de fracaso. Como en toda historia de amores truncos que se precie, el texto recién nacido es lo menos importante... Sí, en cambio, lo es la poco agraciada situación que se presentó ante mis ojos aquella fatídica noche. Por qué?. Pues, simplemente, porque aquel escriba furtivo, amante a medias, al notar mi presencia tras los árboles donde había encontrado refugio y platea abandonó la escena de su romántico arrebato al grito de... en fin. Vos sabés.
Yo, por mi condición de testigo y ocasional confesor de turno por aquellos lares, lo entendí de inmediato y cubrí su huída no sin antes apistolarlo de la inminente presencia de la curiosa dama de la eterna sonrisa; quien, con la solvencia de quien todo lo sabe, hizo caso omiso de las manchas de pintura en mis manos, producto de mi inútil intento de borrar las pistas de aquel adorable delito perpetrado, en su desesperación, por las temblorosas manos de aquél amante despechado...
Es casi obligación literaria en éstos casos, decir que aquél hombre desapareció para siempre devorado por la amarga oscuridad de un vaso interminable, más no es éste el caso... sabrá disculpar el amable lector. Lo cierto es que, al momento de escribir esta historia, el veloz poeta de las mamposterías se encuentra sentado a mi diestra, de jeans, remera de su banda favorita y zapatillas de secretos colores. Disfráz, si se quiere, que lo hace casi irreconocible, sin señales, como cualquiera de nosotros. Más te digo, es uno de nosotros... y si miras con los ojos apropiados, tal vez, sólo tal vez puedas descubrirlo. Una ayuda?; Es, de todos nosotros, el único que no está manchado...
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