La OPINION PERSONAL es un DERECHO... siempre y cuando no interrumpa los NEGOCIOS.
Muchos de nosotros, quienes desde hace años pretendemos ejercer nuestro derecho a expresarnos libremente, algunos de manera profesional y otros tantos de manera vocacional, hemos vivido en carne propia la ¿sutil? diferencia entre libertad de prensa y libertad de empresa. A mí me tocó pasar en 1993 por lo que hoy está pasando mi hermano de la vida Charly Escobar ( Albano Barrufaldi para la Comunidad Gesselliana).
De más está decir que, aunque no siempre estoy en un todo de acuerdo con sus dichos, al flaco lo banco a muerte aunque vengan degollando. De nada sirve vociferar que uno está a favor del pluralismo de voces si no lo rubrica con los actos.
En aquella oportunidad, me pareció apropiado volcar mis pensamientos del modo en que suelo hacerlo... escribiendo. Así nació Interferencias, primer capítulo de una novela que terminó siendo un cuento y que hoy, cuando en todas partes se habla de libertad de expresión, se ha convertido en un cuento que viene a cuento...
Muchos de nosotros, quienes desde hace años pretendemos ejercer nuestro derecho a expresarnos libremente, algunos de manera profesional y otros tantos de manera vocacional, hemos vivido en carne propia la ¿sutil? diferencia entre libertad de prensa y libertad de empresa. A mí me tocó pasar en 1993 por lo que hoy está pasando mi hermano de la vida Charly Escobar ( Albano Barrufaldi para la Comunidad Gesselliana).
De más está decir que, aunque no siempre estoy en un todo de acuerdo con sus dichos, al flaco lo banco a muerte aunque vengan degollando. De nada sirve vociferar que uno está a favor del pluralismo de voces si no lo rubrica con los actos.
En aquella oportunidad, me pareció apropiado volcar mis pensamientos del modo en que suelo hacerlo... escribiendo. Así nació Interferencias, primer capítulo de una novela que terminó siendo un cuento y que hoy, cuando en todas partes se habla de libertad de expresión, se ha convertido en un cuento que viene a cuento...
Interferencias
Por: Javier Sardi (Macedonio Strangiatto para la Comunidad Gesselliana). 1993.
Todo estaba listo, junto a la consola y el pequeño atril de escritorio que se había fabricado para ubicar allí la pauta del programa asomaba la pila de apuntes, mensajes y extractos de noticias, clavados en un pinche y por orden de aparición tal como acostumbraba. El fué quitándolos uno por uno, deteniéndose ante cada uno de ellos como si hubiese hecho un descubrimiento formidable.
Esta última vez su pausa fué aún mayor. Miró alrededor como quien evita testigos y decidió que ese lugar estaba demasiado iluminado - necesitaba oscuridad, siempre fué algo fotofóbico - . Su mano cayó como un certero látigo sobre el interruptor. Interruptor... buen nombre para un personaje - pensó, hipertextualmente, en referencia a la novela que estaba empezando a bosquejar en sus cada vez más habituales noches de insomnio - , al tiempo que testeaba que todos los leds estuviesen encendidos.
De pronto, un resplandor rojizo lo inundó todo y el último compás de la hora pasada quedó flotando en el aire. Era su turno de aparecer - casi como un espectro - O... tal vez como raro elixir, para saciar a esas sedientas almas, solitarias, torturadas almas para las que cada noche abandonaba su habitual silencio diurno.
- Cuestión de idiomas, contestaba parcamente a quienes lo interrogaban sobre su tan abismal transformación llegada la noche -
Cuestión de idiomas, de tiempos - se dijo - ; y pensando en el tiempo volvió a su propia esfera. Su turno...
¡Verborragia es el nombre del juego! - gritó -, mirando al micrófono como quien intenta capturar la expresión de sus eventuales perceptores.
Tiempo...
Vacío...
Sólo eso, todo eso...
Silencio...
Apenas audible, la lluvia de Riders on the storm, de los Doors, completaba la atmósfera. ¡Escúchenla! - gritó - Ahí está, rechina un poco...La máquina. Silenciosos y en fila india, los bultos se acercaban cada vez más a su indefectible final...
¡Consume!... ¡Consúmete! - gritó - .¡Vende!... ¡Véndete! - susurró -. ¡Destrúyela!... ¡Destrúyete!.
Ella, la máquina, impasible, incansable, rechinando, continuaba restañando las cadenas que poco a poco lo iban triturando... todo. Bultos, materia prima de la cotidana descomposición.
Sabor amargo. Nada o todo -quién sabe -. ¿Esta vez sería distinto?. El sabía perfectamente que la ilusión era tan solo una máscara de la realidad. La máquina seguía ahí. Y era enorme, tan grande como la imaginación de quienes, tozudamente, trataban de evitarla. Moebius de sangre y sueños, consumiéndose en el intento de hacer del arte una forma de palanca. Una forma de plegaria... Un pedido de auxilio.
Una carcajada estalló silenciosa tras el cristal y de pronto ahí estaba el guardián, uno de tantos inconscientes guardianes. Acechando, velando por el conveniente buen gusto y el bien decir...
Final sin beso... desapareció la luz roja y en su lugar brilló un helado tubo fluorescente. Por instinto miró de reojo los vúmetros. Habían caído a cero. El efecto de refracción convirtió - de su lado - en espejo al cristal de la pecera. Esta vez, del otro lado del espejo no estaban los dominios del Rey Amarillo sino una pequeña muchedumbre reconociendo sus facciones.Se asomaban al vidrio, amontonados, morbosos como la turbamulta que presenciara el suplicio del regicida Damiens aquel 2 de Marzo de 1757. Final sin beso - pensó -. La máquina había cobrado una nueva víctima... la turba podía ya volver a la cálida hipocresía que tanto disfrutaba. La negación es más fuerte que el olvido.
La historia se repetía una vez más, circular, patética como el parámetro del buen decir - que no era más que una máscara de la genuflexión ante el poder extorsivo de la Corona -; invención mononeurónica del inconsciente guardián, perro carroñero sin saberlo. Incapaz de enfrentarse al mínimo horror de matar para vivir.
Con paso lento y envuelto en un aire de ausencia, él abrió la puerta y mirándolos a los ojos sonrió con suficiencia y les ordenó: pueden sentarse, la cena está servida... disfruten de las sobras mordisqueadas que les ha arrojado su amo. El suyo. Y sin más, se retiró de aquel lugar con la certeza de que ésta sería la última vez. Sin poder evitar reírse a carcajadas caminó unos cuántos metros hasta su refugio, un viejo bar de esos que todavía conservan la costumbre de reservar las mesas de las ventanas para los habitantes de todas las noches. Una de esas mesas era suya, no por título de propiedad sino por respeto a la costumbre. Era una mesa especial, apenas separada del resto, pero lo suficiente como para crear una atmósfera de privacidad.
Entró al lugar como de costumbre, saludando a todos, deteniéndose ante cada mirada y cada gesto. Atendiendo cada comentario como si fuese el más importante secreto, sabiendo en su interior que cada palabra, cada imagen podía ser el disparador de una nueva historia. Al fin se acomodó en su silla y se dispuso a encarar el primer vodka con limón de la noche, que esta vez distaba mucho de ser el último. Dió un vistazo al interior del bar y sus ojos se clavaron en el fondo del vaso; luego de un corto trago volvió a mirar... y sonrió.Había descubierto algo, no sabía muy bien qué era pero había algo. Ahora su mirada se perdió en la ventana; el calor del interior había empañado los vidrios... ¡Qué conveniente! - pensó - y liberando el meñique izquierdo escribió en aquel efímero papel de vapor: Surveiller et punir *. Y una vez más, sus ojos fueron a parar al fondo del vaso.
Esta última vez su pausa fué aún mayor. Miró alrededor como quien evita testigos y decidió que ese lugar estaba demasiado iluminado - necesitaba oscuridad, siempre fué algo fotofóbico - . Su mano cayó como un certero látigo sobre el interruptor. Interruptor... buen nombre para un personaje - pensó, hipertextualmente, en referencia a la novela que estaba empezando a bosquejar en sus cada vez más habituales noches de insomnio - , al tiempo que testeaba que todos los leds estuviesen encendidos.
De pronto, un resplandor rojizo lo inundó todo y el último compás de la hora pasada quedó flotando en el aire. Era su turno de aparecer - casi como un espectro - O... tal vez como raro elixir, para saciar a esas sedientas almas, solitarias, torturadas almas para las que cada noche abandonaba su habitual silencio diurno.
- Cuestión de idiomas, contestaba parcamente a quienes lo interrogaban sobre su tan abismal transformación llegada la noche -
Cuestión de idiomas, de tiempos - se dijo - ; y pensando en el tiempo volvió a su propia esfera. Su turno...
¡Verborragia es el nombre del juego! - gritó -, mirando al micrófono como quien intenta capturar la expresión de sus eventuales perceptores.
Tiempo...
Vacío...
Sólo eso, todo eso...
Silencio...
Apenas audible, la lluvia de Riders on the storm, de los Doors, completaba la atmósfera. ¡Escúchenla! - gritó - Ahí está, rechina un poco...La máquina. Silenciosos y en fila india, los bultos se acercaban cada vez más a su indefectible final...
¡Consume!... ¡Consúmete! - gritó - .¡Vende!... ¡Véndete! - susurró -. ¡Destrúyela!... ¡Destrúyete!.
Ella, la máquina, impasible, incansable, rechinando, continuaba restañando las cadenas que poco a poco lo iban triturando... todo. Bultos, materia prima de la cotidana descomposición.
Sabor amargo. Nada o todo -quién sabe -. ¿Esta vez sería distinto?. El sabía perfectamente que la ilusión era tan solo una máscara de la realidad. La máquina seguía ahí. Y era enorme, tan grande como la imaginación de quienes, tozudamente, trataban de evitarla. Moebius de sangre y sueños, consumiéndose en el intento de hacer del arte una forma de palanca. Una forma de plegaria... Un pedido de auxilio.
Una carcajada estalló silenciosa tras el cristal y de pronto ahí estaba el guardián, uno de tantos inconscientes guardianes. Acechando, velando por el conveniente buen gusto y el bien decir...
Final sin beso... desapareció la luz roja y en su lugar brilló un helado tubo fluorescente. Por instinto miró de reojo los vúmetros. Habían caído a cero. El efecto de refracción convirtió - de su lado - en espejo al cristal de la pecera. Esta vez, del otro lado del espejo no estaban los dominios del Rey Amarillo sino una pequeña muchedumbre reconociendo sus facciones.Se asomaban al vidrio, amontonados, morbosos como la turbamulta que presenciara el suplicio del regicida Damiens aquel 2 de Marzo de 1757. Final sin beso - pensó -. La máquina había cobrado una nueva víctima... la turba podía ya volver a la cálida hipocresía que tanto disfrutaba. La negación es más fuerte que el olvido.
La historia se repetía una vez más, circular, patética como el parámetro del buen decir - que no era más que una máscara de la genuflexión ante el poder extorsivo de la Corona -; invención mononeurónica del inconsciente guardián, perro carroñero sin saberlo. Incapaz de enfrentarse al mínimo horror de matar para vivir.
Con paso lento y envuelto en un aire de ausencia, él abrió la puerta y mirándolos a los ojos sonrió con suficiencia y les ordenó: pueden sentarse, la cena está servida... disfruten de las sobras mordisqueadas que les ha arrojado su amo. El suyo. Y sin más, se retiró de aquel lugar con la certeza de que ésta sería la última vez. Sin poder evitar reírse a carcajadas caminó unos cuántos metros hasta su refugio, un viejo bar de esos que todavía conservan la costumbre de reservar las mesas de las ventanas para los habitantes de todas las noches. Una de esas mesas era suya, no por título de propiedad sino por respeto a la costumbre. Era una mesa especial, apenas separada del resto, pero lo suficiente como para crear una atmósfera de privacidad.
Entró al lugar como de costumbre, saludando a todos, deteniéndose ante cada mirada y cada gesto. Atendiendo cada comentario como si fuese el más importante secreto, sabiendo en su interior que cada palabra, cada imagen podía ser el disparador de una nueva historia. Al fin se acomodó en su silla y se dispuso a encarar el primer vodka con limón de la noche, que esta vez distaba mucho de ser el último. Dió un vistazo al interior del bar y sus ojos se clavaron en el fondo del vaso; luego de un corto trago volvió a mirar... y sonrió.Había descubierto algo, no sabía muy bien qué era pero había algo. Ahora su mirada se perdió en la ventana; el calor del interior había empañado los vidrios... ¡Qué conveniente! - pensó - y liberando el meñique izquierdo escribió en aquel efímero papel de vapor: Surveiller et punir *. Y una vez más, sus ojos fueron a parar al fondo del vaso.
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* Surveiller et punir (Vigilar y castigar. El nacimiento de la prisión) . Michel Foucault
3 comentarios:
Hermano Javo:
Gracias a Dios (Babú en términos gessellianos), o a quien sea muy pocas veces hemos coincidido en nuestros dichos, opiniones, visiones generales o específicas sobre determinados temas (entendiendo por determinados la mayor parte de los temas que a lo largo de estos últimos ¿20? años hemos abordado.
Y digo gracias porque eso nos ha permitido crecer, aprender, comprender y entender que son las disidencias o las desobediencias las que empujan el motor de la historia en la dirección correcta.
LO MALO DE ALGUNOS PROGRESISTAS ES QUE SE VUELVEN CONSERVADORES A LA VEZ QUE ALCANZAN UNA CUOTA DE PODER .
Mmmmm 93 ?, 93?, Scott Page Se sopla !!!
Sí, Scott Page se sopla, finalmente lo voy a reconocer en público, tenías razón...jajaja. Pero ese famoso duelo musical nuestro no fue en el '93 sino un año antes, aunque fue en el mismo bar en que ocurrieron los hechos del cuento.
LA VIDA ES UN SEGMENTO DE RECTA, SI TUVIERA SENTIDO SERIA UN VECTOR.
La sociedad de la mano del sistema nos llevan indefectiblemente a depender de la máquina. Sin embargo, lo cierto es que la máquina no tiene poder alguno sobre nosotros a menos que seamos nosotros mismos quienes se lo demos.
Besos, gesellianos o, si lo prefieren, besos gesellianos.
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