The Gessell Memorial Home

Lo que voy a contarles deberán guardarlo como el más preciado de todos los secretos. Hay vidas que correrían peligro si así no lo hicieren. Bajo ningún concepto deberá llegar este relato a ojos de los sicarios, y mucho menos de la Señora. Como lectores fieles de la cámara deberán prestar solemne juramento de no revelar los hechos que detallaré a continuación aunque los amenacen, los torturen o los sobornen.

¿Lo juran? Bien, esto comienza así:

Creo que nunca me voy a recuperar de lo que ocurrió aquella noche. Jamás lo hubiera imaginado. En el paraje más lejano del lejano oeste doblando a la derecha en el tercer árbol de todos los árboles del pueblo del árbol, allí los encontré. Sí, no fue un sueño. Fue real. Conocí a la leyenda, al mito. Allí estaban ellos, los famosísimos héroes que salvarán a la humanidad toda. El más viajado de todos los viajeros en el tiempo, el más insigne doctor de todas las ciencias y el que corta la pizza. ¡Existen! Los vi con estos ojitos.
Emanuel me mostró orgulloso la carpetita que tejió al crochet con una lana amarillo patito que le arrancó a una alpaca que se le cruzó en el camino cuando iba al punto de encuentro manejando su Rambler muy contento.
Macedonio hizo una versión acústica del más grande éxito de todos los tiempos: La canción del tronquito.
Albano me contó la historia de la Academia desde el día de su fundación hasta el presente sin hacer pausas para respirar.
Después de haber compartido con ellos una reunión tan memorable, he llegado a esta firme e inequívoca conclusión que me atrevo a afirmar a la blogósfera entera: estos tres están más locos de lo que pensé.
Aun así, fue una experiencia maravillosa y perdurará en mi memoria por siempre.




P.D.: ¿Así que guardaron los remos? Tanto bracear, tanto bracear para quedarse en la orilla y, que al final, el post 100 lo escriba mamita...